Hijos de la primavera

sábado, 25 de junio de 2011

LA MEMORIA DEL OLVIDO




Lo primero que hizo al llegar fue recomponer los pequeños pedacitos de recuerdos de aquel lugar que aún quedaban en su mente. Lo recordaba en blanco y negro, mucho más triste, pero, a la vez, mucho más romántico.

Solitarias imágenes parecidas a flashes se le iban y se le venían a la memoria: una calurosa tarde en la que esperaba, ilusionada, mientras imaginaba cómo habrían cambiado las caritas de sus primitos a los que no veía desde hacía casi un año; un día cualquiera, elegido al azar, en el que decidió ir a ese lugar, solamente para imaginar la historia de los pasajeros que llegaban o que se iban, en función del equipaje, de las personas que los esperaban o no, o, simplemente, de sus atuendos; aquel día en el que era ella la que portaba equipaje y en el que la emoción de viajar le había hecho pasar la noche anterior en vela, con la excusa de preparar la maleta, mientras escuchaba la música que expedía aquella pequeña y vieja radio y que, por momentos, le parecía premonitoria de lo que le esperaba por vivir que, según el momento, podía ser lo mejor o lo peor del mundo, aunque nunca era capaz de concretarlo; o aquella vez en la que había acudido con su hermana y dos amigos, en aquellos tiempos en los que el poco dinero del que disponía debía ser cuidadosamente administrado y prefería visitar aquel lugar a tomar algún refresco.

El trasiego de la gente que iba y venía, le hizo despertar y bajar de aquella envolvente y atemporal nube y, después de un tiempo, se hizo un silencio casi apuñalador, lleno de nostalgia y en el que, algún que otro viajero cuyo sueño disfrazaba la incomodidad de un banco, dormía plácidamente sentado o recostado sobre sus bolsos o maletas.

La ausencia de ruido y de transeúntes la hizo, de nuevo, buscar entre aquellos difuminados recuerdos en los que, casi todo, giraba en torno a ella, cuando aún creía en la felicidad.
Entre ellos, de vez en cuando, le venía la imagen de algunos rostros que le resultaban familiares, a veces lo eran tanto, que alguna lágrima incontrolada recorría sus mejillas. En otras ocasiones, las imágenes eran de lugares, paisajes y hasta de casas o habitáculos que no le eran del todo desconocidas, lo cual despertaba enormemente su curiosidad, incluso, intentaba buscar alguna conexión, pero le era tan difícil que terminaba por transformarse en un código imposible de descifrar y acababa alejándolo más aún de su pensamiento.

Pero hoy era un día especial, porque hoy esperaba al chico de ojos del color del mar, cuya sonrisa la había enamorado de pies a cabeza. En realidad, no le importaba de dónde venía, sólo sabía que hoy había acudido a aquel lugar tan emblemático para ella, por una razón que la hacía sentirse tremendamente ilusionada, a pesar de que su memoria la fustigara con imágenes que no era capaz de reconocer del todo y con rostros que la hacían sentirse triste sin poder encontrar una razón.
De pronto, oyó la voz de una señorita anunciando la llegada de su amor, aquel chico que había conquistado, aún no sabía cómo, porque el día que lo conoció lo creyó inalcanzable para una chica sencilla, que no destacaba en nada, o al menos eso era lo que ella pensaba.

No tardó más de cinco minutos en llegar aquella máquina, mientras su corazón palpitaba estrepitosamente, sin importarle nada más que el momento en el que se encontraría con él.
Una marabunta de gente se agolpó en las cercanías de aquel artefacto que, tras detenerse totalmente, comenzó a vomitar gente cargada de bolsos y equipaje y caras cansadas, aunque sonrientes.

Su mirada, encharcada en lágrimas, buscó incansable y anhelante aquellos ojos del color del mar y aquella sonrisa durante una decena de minutos sin encontrar nada; pero no perdía la ilusión por vivir el momento del ansiado encuentro.

Llegó un momento en que dejó de ver personas para ver sólo bultos que se interponían en su afanosa búsqueda y que, de pronto, le mostraron sus rostros grises y desdibujados que le hicieron volver a sentir aquella sensación de vivir rodeada de sombras que le impedían ver la luz.

En ese instante, comenzó a encontrar la razón de aquellas lágrimas al recordar aquellos rostros que le resultaban conocidos, eran: su padre, su madre y sus hermanos ya fallecidos… Entendió, también, la razón por la que los lugares, paisajes y habitáculos que aparecían en su mente le resultaban familiares: eran aquéllos donde había vivido cuando era una niña, hacía ya más de ochenta años.

Un destello de luz, todavía, quiso hacerla emerger de aquel universo de sombras, cuando vio los ojos de aquel muchacho, pero aquéllas consiguieron adueñarse, también, de sus ojos color de mar y su sonrisa, y recordó por unos instantes la dolorosa muerte de aquél cuando ambos contaban sólo con diecisiete años.

La estación de trenes, uno de sus lugares favoritos a lo largo de toda su vida y, en la última década, el único que la había hecho recordar, fue literalmente absorbida por el agujero negro de la desmemoria.
Su mirada, entonces, se tornó fría y opaca y volvió a perderse en las paredes impecablemente blancas  de aquel triste hospital para personas sin historia, sin vida, a pesar de los latidos de su corazón, sin recuerdos, a la espera de que el insistente olvido le trajese, por fin, la eterna memoria.



Givés

1 comentario:

José Félix dijo...

No existe mayor amor que mantener el recuerdo.
Hay que amar siempre como si fuese la primera vez, no por el hecho de amar, si no porque siempre tiene que ser la primera vez, cada día, en cada instante.
Si alguien con ochenta años aún recuerda lo que sintió con diecisiete, no conoce el olvido. Podemos olvidarnos de sus voces, del color de sus ojos (aunque en tu magnífico relato eso aún está en la memoria), olvidarnos de sus olores o de sus formas de caminar, pero jamás debemos olvidarnos de lo que pudimos sentir en cada momento que compartimos con ellos o con ellas, lo que sentimos aquel día, en aquella estación de tren, en aquel hospital.
Allá donde esté lo que escribes, yo estaré, porque me encanta, porque me haces sentir, porque me despiertas los sueños.
Gracias por ello y gracias por todo.

Federico García Lorca

Federico García Lorca
Comprendía y defendía a los más débiles y marginados... ¿Fue ésa la razón que encontraron sus asesinos para llevar a cabo su absurda muerte? ¿O quizá la causa fue la envidia que despertaba la fama mundial que estaba adquiriendo a través de su obra que criticaba las injusticias, así como la rancia sociedad que imperaba (e impera) en España? ¿O, tal vez la causa pudo ser su inclinación sexual la que, entonces como ahora, molesta tanto a algunos? Quizá nunca lo sabremos con total certeza, pero que no intenten confundirnos, porque el mundo siempre los señalará con la punta de su dedo por haber arrancado de las entrañas de la cultura a uno de sus más excepcionales representantes. Federico García Lorca es, junto a Miguel de Cervantes, el autor español sobre el que más estudios, tratados y biobrafías se han escrito. Su muerte bien pudo haber sido una de sus obras en las que solían aparecer: la injusticia, la tragedia, la muerte, la sangre, la sinrazón de la sociedad española a través de metáforas y símbolos como: la luna, la sangre, el metal, las hierbas... Murió en su Granada natal.

SONETOS DEL AMOR OSCURO

Vicente Alexander dijo sobre estos sonetos, por desgracia inacabados, de Federico García Lorca: "... Recordaré siempre la lectura que me hizo, tiempo antes de partir para Granada, de su última obra lírica, que no habíamos de ver terminada. Me leía sus Sonetos de amor oscuro, prodigio de pasión, de entusiasmo, de felicidad, de tormento; puro y ardiente monumento al amor, en que la primera materia es ya la carne, el corazón, el alma del poeta en trance de destrucción. Sorprendido yo mismo, no pude menos que quedarme mirándole y exclamar: '(...) ¡qué corazón! ¡Cuánto ha tenido que amar, cuánto que sufrir!' Me miró y me sonrió como un niño. Al hablar así no era yo probablemente el que hablaba. Si esa obra no se ha perdido; si, para el honor de la poesía española y deleite de las generaciones hasta la consumación de la lengua, se conservan en alguna parte los originales, cuántos habrá que sepan, que aprendan y conozcan la capacidad extraordinaria, la hondura y la capacidad sin par del corazón de su poeta."






EL AMOR DUERME EN EL PECHO DEL POETA

Tú nunca entenderás lo que te quiero
porque duermes en mí y estás dormido.
Yo te oculto llorando, perseguido
por una voz de penetrante acero.

Norma que agita igual carne y lucero
traspasa ya mi pecho dolorido
y las turbias palabras han mordido
las alas de tu espíritu severo.

Grupo de gente salta en los jardines
esperando tu cuerpo y mi agonía
en caballos de luz y verdes crines.

Pero sigue durmiendo, vida mía.
Oye mi sangre rota en los violines.
¡Mira que nos acechan todavía!


Federico García Lorca

La Generación del 27 contra la injusticia imperante en pleno siglo XXI

La Generación del 27 contra la injusticia imperante en pleno siglo XXI
"...el silencio nos convierte en cómplices..."